Al
egresar, a nuestra Escuadrilla de "Súper-Alumnos” se le dispuso mantenerse
el resto del semestre en la “EE.EE.”, mientras se tramitaban las destinaciones
definitivas, por lo cual fuimos incorporados a un rol de centinelas de guardia
en los diferentes puestos que le correspondían a la Escuela dentro de la
Guarnición Aérea El Bosque. Me tocó debutar en el “Casino Mabille” de
Oficiales, impactándome entonces con sus características arquitectónicas y el
particular ornato y decoración que aquellos aviadores de la “elite” habían
desarrollado en ese singular palacio. De acuerdo a la mitología aviática,
antigua residencia del “Marqués de Mabille”.
El caso fue, que al terminar mi turno a la
medianoche, había gran alboroto entre mis demás compañeros y cuchicheos
acompañados de risitas picarescas Extrañado, me respondieron haber escuchado
que todos los centinelas de esa noche habrían de salir a volar en T-33 y F-80.
Luego, mas abiertamente, los que estaban en mejor conocimiento de la situación,
comentaron que centinelas más antiguos habían introducido a dos “amabilísimas
damitas”, a fin de hacer debutar a los centinelas recién egresados y pudieran
experimentar y vivir los “riesgos” del servicio de guardia y su sistema de
seguridad.
Intrigados y morbosos también, nos dirigimos a
verificar y en lo posible participar de esa “bizarra experiencia”. Cerca de la
copa de agua, había un cuartito del cual nunca supe su funcionalidad, y donde
había ya una fila de espera, esperando turno para “salir a volar”. Mientras
también esperaba entre los curiosos y expectantes, me comentan que ya habían pasado varios “turnos” ya que
el “arribo del material de vuelo” se había efectuado pasadito de las 21:00
hrs., y que a esas horas sólo faltaba nuestro turno. Una hora más tarde, se nos
dijo a los que esperábamos y curioseábamos y nos reíamos de quienes aseguraban
estarían mínimo media hora en el interior y, sin embargo, salían en cinco
minutos y arreglándose la ropa de vuelo, que las “copilotas instructoras”
habían decidido que ya estaban “saturadas” de tantas horas de vuelo y, más
encima; con tanto piloto imberbe e inexperto que les había tocado, por lo cual,
daban por concluido el “ejercicio”. Pifias, risas, reclamos por parte de todos
los que aguardábamos afuera, pero, poco a poco, fuimos entendiendo que la
jornada había sido necesariamente muy “dura y extenuante” para aquellas
heroicas y aguerridas representantes de nuestro material aéreo institucional,
cada una de las cuales debía su seudónimo al material en el cual habitualmente
“remontaban el vuelo al infinito y más alláááá....¡¡¡”: El broche de oro final
a esa inolvidable experiencia, lo cerró nuestro querido y nunca suficientemente
bien ponderado “Castor-Mono”, de quien nunca nadie podrá, ni siquiera bajo
suplicio, (siempre que no pase de dos sahüer seguidos que podrían debilitar mi
firme propósito), hacerme recordar su patronímico. Pues bien; ví como nuestro
querido Mono, al cual le hubiera correspondido el siguiente turno, se aferraba
a la puerta del cuartito, llamando insistentemente y rogando lastimeramente,
con frases como estas: “Señorita” por favor, ábrame, si soy el ultimo”¡¡; he
estado esperando taaaantooo¡¡¡, por favooor señoritaaa,“ le juro que no hay
nadie mas”, “por favor..., le prometo que una vez no más...”, “ya, pues
señorita..., si la hago cortita... no sea malita....”, etc. Etc. Al cabo de
mucho rato y golpes infructuosos a la puerta, nos fuimos retirando, sin que al
monito se le hubiera permitido el acceso a realizar su “vuelo de práctica
profesional”.
Dicen los que dicen saber, que no obstante,
nuestro héroe castor esa noche fue inclaudicable en mantenerse en vigilia,
esperando que , por último al amanecer, ya las heroínas se hubiesen repuesto,
se compadecieran y por fin recibiera la merecida recompensa a su perseverancia,
fruto de sus desvelos y desesperanzas de esa noche. Desgraciadamente, hubo un
momento en que debió separarse de la vigilancia de la puerta por tener que ir a
“las casitas”, momento que aprovecharon los antiguos para escoltarlas a la
salida subrepticiamente, de suerte que al regresar nuestro héroe a su puesto de
vigilancia, se habría mantenido allí hasta el amanecer, insistiendo hacia el
interior de tanto en tanto con sus ruegos. Eso habría durado hasta la entrega
de la guardia si los más antiguos no se hubiesen compadecido de nuestro
Mono-aviático y le abrieron la puerta para que comprobase personalmente que
nadie había en el interior del “Simulador de Vuelo”. El desconsuelo se
reflejaba claramente en sus ojos vidriosos...
Que bella, instructiva y conmovedora historia
profesional,...¿Nó?
L. González I.